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El arte de dirigir equipos

Cuando le preguntaron a Herbert von Karajan, en qué consistía ser Director de Orquesta contestó «El arte de dirigir consiste en saber cuándo abandonar la batuta para no molestar a la orquesta». Es decir, posibilitar al equipo llegar a ese momento en el que, tras un gran trabajo previo, la magia del equipo hace presencia.

Una magia que se logra cuando las personas que componen el equipo aportan su saber hacer y la ponen al servicio de algo mayor: ofrecer la experiencia de vibrar con la obra musical. Un resultado que ni el mejor piano, ni el mejor violín, ni la mejor trompeta pueden alcanzar solos. ¿Pueden brillar? Por supuesto, pero nunca podrán por si solos ofrecer la emoción y la potencia que la orquesta al completo pueden llegar a ofrecer.

Un saber hacer que se pone al servicio, es decir, un saber hacer que se coordina con el saber hacer de los demás. Una coordinación que busca que todos los músicos lleguen a mostrar su luz, a través de su saber hacer, en la cantidad exacta en el que se permite a su vez al resto del equipo tener un lugar donde también mostrar su luz, sin eclipsar, sin hacer dejación de nuestra responsabilidad… pero entendiendo que nos necesitamos mutuamente. Que juntos llegamos más lejos.

Pero antes de abandonar la batuta y estar presente, muy presente, desde otro lugar, escuchando la conversación verbal y no verbal entre los músicos para sentir cuándo la orquesta necesita otra vez apoyo, orientación, feedback positivo,… si es que lo necesita… hay un largo y bonito trabajo. La magia raramente surge de la casualidad…

Todo equipo, y junto con éste, sus miembros, viven un proceso de desarrollo. Un proceso en el que a través del conocimiento mutuo que se da a través de la interacción entre los miembros, y del propio equipo con el reto que se le plantea. En este proceso, los equipos conectan:

  • con el propósito común del equipo, ese objetivo al que de manera individual no podríamos llegar pero que a su vez nos abre un mundo de posibilidades para la empresa, el equipo…. y para las personas que participamos en ella (pocos master aportan más que participar en proyectos retadores con un equipo potente y comprometido)
  • con el potencial y las posibilidades reales que los miembros del equipo somos capaces de lograr si trabajamos juntos de manera coordinada: sensación de potencia, semilla de la que nace el compromiso y el orgullo de pertenencia
  • con las personas, con su humanidad, con el apoyo mutuo que nos podemos ofrecer: a veces echándonos una mano, otras también retándonos y ayudándonos a dar ese plus, ese un poquito más que incluso desconocíamos que podíamos dar. La confianza, en mayúsculas, que es el pilar sobre el que se asienta el equipo, su latido. Ese que se ve, siente, huele y respira y tanto anhelamos, tanto que salimos huyendo «sálvese quien pueda» cuando no está presente.

Y un proceso a lo largo del cual aprenden a trabajar conjuntamente de manera efectiva. Compartiendo y gestionando la información y tomando las decisiones que el equipo necesita en el momento que las necesita. Haciendo un buen uso del conocimiento, del tiempo y la energía de los miembros (individual y colectivamente). Parando para revisar rumbo, resultados y sentires en el equipo. Parar para ajustar, parar para reparar, parar para aprender… pero sobre todo, para seguir avanzando de manera efectiva y sostenible.

Un viaje en el que el Director de orquesta tiene un papel decisivo. Porque grandeza exige responsabilidad, como ayer nos recordaba Paul Gasol en su despedida, y el Director de orquesta sabe que tanto en los que su participación es muy activa y visible como cuando «deja de molestar» convirtiéndose «en invisible», está absolutamente presente. Sigue estando siempre al servicio del equipo.

Presente aportando al equipo lo que requiere: recursos, conversaciones, rutinas de trabajo y entrenamiento, exigiendo, retando, apoyando, escuchando, observando, dando ánimos, reconociendo,…

Ayudando a los miembros del equipo a descubrir y ocupar el lugar que les corresponde en el equipo.

Realizando un trabajo de pasar de la suma de yo-es a un nosotros. Un camino que requiere ver y reconocer al otro, ver y reconocer las necesidades del propio equipo en su conjunto, y aportar de todo lo que puedo aportar, aquello que el equipo necesita en el lugar, momento y forma adecuado.

Con humildad, con voluntad de servicio… dejando a un lado el orgullo y las ganas de lucirnos individualmente… porque no toca, no es un solo, es una sinfonía que cuando nos equilibramos y acompasamos ¡suena tan bien!

Que aporta a todos, suma a todos,… porque el resultado es estupendo, pero en el camino todos hemos tenido la oportunidad de experimentar, aprender y desarrollarnos como personas y profesionales.

Porque no, nunca es inocuo trabajar en equipo. Y si lo fue… no era un equipo. Nunca sonó una melodía que transporta, nunca lleno el auditorio e hizo vibrar a los músicos, a la orquesta, al auditorio y al público. Ese público que logró transportarse a mundos nuevos llenos de sensaciones, emociones, sonidos, imágenes. A esos mundos que cuando los evocamos, nos hacen vibrar tiempo después.

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