Las cicatrices de nuestro cuerpo muestran las diferentes experiencias que hemos vivido…
las marcas en la rodilla son consecuencias de las maratonianas jornadas de verano en aquellos parques de tierra y arena (las rodillas rojas de mercromina que lucíamos en verano, ¡todo un clásico!),
la cicatriz en la ceja las travesuras de una niña de 2 años que no se resistió al embrujo y diversión que una montaña de suaves mantas en el suelo prometían… sin darse cuenta que el canto de la cama estaba peligrosamente cerca,…
«Heridas de guerra» como decimos mi hijo y yo, tratando de normalizar y quitar hierro, cada vez que viene con alguna marca fruto de los juegos, travesuras o, simplemente, haber disfrutado. Heridas de «guerra» o marcas de las experiencias vividas, que nos marcan más o menos, y que nos acompañan a lo largo de nuestra vida…
Pero además de las marcas que se observan en nuestro cuerpo, hay otras marcas, más discretas, invisibles a simple vista al ojo humano, pero que nos marcan, y normalmente mucho más, que las físicas. Heridas que las llevamos en el corazón y el alma.
Esas heridas que nos hemos provocado o nos han provocado; heridas de situaciones complicadas que no hemos sabido resolver de manera positiva; esas heridas que nos marcan; esas heridas que hacen que interpretemos nuestra realidad con un determinado prisma o manera de entender tanto la vida como todo lo que nos ocurre.
Heridas no sanadas que subyacen en nuestro comportamiento, en nuestra interpretación de la realidad, en lo que pensamos, en lo que sentimos e incluso en cómo vivimos las situaciones. Heridas que tiñen «el color del cristal con el que miramos».
Así, un mismo gesto, para unos es insignificante, a otros nos pone de vuelta y media. Y no se trata del gesto en sí, sino del significado o carga con el que dotamos a ese gesto en función de nuestra experiencia, de nuestras necesidades… de nuestras «heridas de guerra».
Y es que un comentario dicho sin mayor intención, en un momento determinado, puede ser la chispa que arde Troya, y, ¿no os ha pasado nunca que cuando avanza la discusión, incluso olvidamos el «gran motivo» que tanto nos incendió … y surge eso de «es que en el fondo no se trata de…»? En realidad se trata de la necesidad de que me reconozcas, que me tengas en consideración, de sentirme segura, de sentir que tengo un lugar, de sentir mi valía, que … que de alguna manera esa heridita es reconocida, cuidada… y tal vez, un poquito más sanada…
¿Te resuena? Y es que sí, todos, absolutamente todos (y ni es consuelo de muchos ni consuelo de tontos, sino una constatación de algo que condiciona las relaciones con nosotros mismos y con los demás), en mayor o menor medida, tenemos nuestras heriditas… (una colección de hecho… con mayor o menor profundidad) y sino… ¡que eche la primera piedra quien se sienta libre de ella!!!
Y ¿qué impacto tiene en nosotros esas heridas? Pues que, como he mencionado antes, hacen que veamos nuestro mundo con un determinado «color», con un tinte que subjetiviza lo que llega a nosotros. Porque, consciente o inconscientemente, tratamos de cubrir las necesidades no cubiertas que tenemos. De manera positiva o negativa… pero a cubrirla necesariamente.
Pero lo mismo que hago yo, hacen el resto de las personas. Por lo que, lo que interactúan no son dos personas en un mismo contexto, sino dos personas que tienen contextos subjetivos, y por tanto, distintos pero que ¡parten del supuesto que son uno mismo!!!
Pero es que además, lo que mostramos es la punta del iceberg, muy alejado de la raíz, del origen… ¡y es que nadie va mostrando sus necesidades! «Hola, soy Juan y lo que busco es sentirme aceptado y reconocido». Como mucho, vemos las acciones que realizamos para llevar a cabo la estrategia para cubrir esas necesidades. Y la verdad, no somos ni tan claros ni tan lineales, ni nuestras estrategias son en muchos casos positivas…
Con lo que… el pastel está servido… y es que sí, en este contexto, las relaciones interpersonales tienen su complejidad. Porque:
cuando hablamos de algo partimos de dos interpretaciones que pueden llegar a ser totalmente diferentes
porque el significado que damos a las palabras, a los gestos, a las emociones,… son diferentes
porque tendemos a concentrarnos en nosotros mismos (yo, mi, me), y adolecemos de espíritu curioso respecto al otro (¿empatía?)
porque cada una de las partes va a tratar de cubrir de alguna manera sus necesidades, relacionadas con esas heridas que llevamos
porque la relación entre lo que hacemos y la intención con la que hacemos, no siempre se ven tan claras (y parto de que no se hace con maldad ni espíritu retorcido, simplemente muchas veces ni nosotros somos conscientes de la relación)
porque en lugar de hablar desde lo que somos, con nuestras fortalezas y nuestra vulnerabilidad, hablamos y actuamos desde la coraza que hemos ido construyendo para proteger, cual tirita, esa herida… pero ¡ay, todavía duele!
¿La buena noticia?
Que con niveles de autoconocimiento adecuados, podemos conocer mejor nuestras heridas y cómo sanarlas, ver en qué tipo de comportamientos caemos y buscar alternativas más eficaces y saludables
Que podemos llegar a entender que otros también tienen sus heridas, y tal vez comprender que… desde ese contexto, está actuando lo mejor que en ese preciso momento está siendo capaz. ¿Y si fuéramos capaces de tender puentes para crear contextos en los que se puedan generar otro tipo de dinámicas y comportamientos?
Entender el tipo de dinámicas que se generan, y encontrar una puerta para que, en lugar de seguir cultivando relaciones de competitividad (mis necesidades o las tuyas), encontrar otras maneras de trascender y tal vez, llegar a mantener relaciones más sanas y satisfactorias
¿No suena mal no?

AHORA, ¡DEPENDE DE TI!!
Image courtesy of Stuart Miles at FreeDigitalPhotos.net
Deja una respuesta