«Si al final del proceso alguien me dice que todo ha salido todo tal cual planificó en un inicio, directamente pienso que miente o no ha hecho nada». Esta frase, expresada por una gran profesional curtida en proyectos de innovación y cambio en entornos empresariales, refleja para mi claramente lo que hay detrás de muchos procesos de cambio. Me explico…
La realidad «siempre» supera a la ficción, y en entornos cambiantes (¿hay alguno que no lo sea?), planificación e implementación deben ir de la mano. Sencillamente porque el papel lo soporta todo, y tendemos a encariñarnos con algunas ideas y subestimar otras..
Pero la realidad habla de que hay siempre «sorpresas en el camino», porque cada paso genera otros efectos (no siempre obvios, no siempre controlables… en el mejor de los casos parcialmente previsibles), que además se unen a otras situaciones que otros cambios del entorno, ajeno al que nosotros provocamos, también producen, lo cual provoca que el proceso sea algo vivo, y como tal debe ser gestionado. Requiere mucha reflexión (atención) y acción (con intención) para sostener, soltar, impulsar,… es decir, lo que en el aquí y ahora requiera la situación para seguir avanzando.
No existe el riesgo cero. Podemos tener un objetivo y diseñar procesos que nos dirijan a ese objetivo, pero esa fantasía de poder eliminar todo riesgo e incertidumbre posible, y dar pasos con un aval o carta de garantía… y si algo no sale como pensaba que iba a pasar, ¡indemnización por daños y perjuicios!… pues eso… es una fantasía.
Ahora bien, lo que sí está en tus manos y puedes controlar, depende de ti. Ocuparse de lo que sí depende de ti, medir riesgos, saber dónde pueden estar y estar atento a los indicios que aparecen en el camino, es sencillamente, responsabilidad.
No vale «decir lo que hay que hacer», y esperar un cambio... el control estrecho y la microgestión no garantiza un cambio real. Aquí veo las caras de fastidio de muchos directivos y responsables de equipo, que conviven entre «es su trabajo», «ya le he dicho lo que tiene que hacer» y ¿cómo mostrar el futuro deseado y favorecer el entorno para que actúen desde la responsabilidad compartida?
Todo cambio implica una decisión interna y consciente (decisión personal, interna, no delegable ni susceptible a ser forzado ), que se reflejará en nuestra forma de comportarnos (externamente).Por ello toca bucear en un mar de motivaciones y aspiraciones (misión y visión), necesidades más o menos cubiertas (insatisfacción por la situación o el coste de oportunidad de no aprovechar la situación, momento,…) y posibilidades reales que las personas y los equipos tienen tanto a nivel interno como dentro del entorno en el que se encuentren (área de control, influencia o fuera de control e influencia).
Un iceberg en el que hay que bucear tanto individual como colectivamente. En esta línea, pocas cosas son más potentes y movilizadoras como generar conversaciones cara a cara entre las personas que serán protagonistas de ese cambio, mirándonos a los ojos, y poniendo sobre la mesa el verdadero propósito (para qué) y motivaciones (carencias e ilusiones) para conjuntamente pensar en las posibilidades que podríamos tener para avanzar.
Y dar pasos. Pensar, sentir y hacer. Pasos pequeños, medianos y grandes, pero todos necesarios y todos en la misma dirección. ¿No ves todo el camino? No importa, empieza por un primer paso. Un paso que te aleje del bloqueo, un paso que te permita estar en otro lugar (aunque sea pequeño), un paso que inicie el cambio,… A veces el paso más pequeño es el que realmente cambió todo. El coste de la no acción, de la no decisión,… nunca, es cero. Otra cosa es que los intereses los cobre en diferido…
A pesar de todo lo anterior, provocar o impulsar cambios con intención en la dirección deseada… es posible 😉
¿Añadirías alguna reflexión más?

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