Hoy a la mañana he desayunado en compañía de la prensa y en esas vespertinas horas en las que la mente está especialmente despierta y receptiva, la lectura del artículo de Pilar Jericó en Expansión, «El talento no es patrimonio de los jefes» me ha hecho reflexionar.
En la misma refleja dos estudios, la primera realizada por la Consultora McKinsey en la que se reflejaba que «sólo el 16% de las organizaciones sabían quiénes eran los profesionales de mayor rendimiento y apenas el 3% se consideraba capaz de desarrollar eficazmente el talento de los miembros de su equipo» y la segunda realizada entre más de 200 empresas españolas, en la que se refleja que «sólo un tercio reconocía tener “identificadas a las personas y a los equipos con resultados superiores” y contar con “políticas específicas de detección y desarrollo del potencial”
Parecen unos resultados pobres… ¿Acaso estamos en disposición de infrautilizar el mayor recurso que tiene la empresa? ¿Dónde reside el verdadero valor de una empresa? En la capacidad de ofrecer valor/solución a sus clientes.
En momentos en los que competir vía precios no parece que sea una fuente de ventaja sostenible (siempre puede venir otro que puede ofrecerlo más barato en un entorno de competencia globalizado), la empresa debe aportar valor a sus productos ofreciendo un algo más. Ese algo más puede ser una característica innovadora, un servicio excelente,…
Todos ellos aportados desde las personas que tenemos en la organización. Al fin y al cabo, la suma de las actuaciones de los miembros de la organización y sus equipos (un trato adecuado, la escucha de las necesidades del cliente, lacapacidad de generar el conocimiento necesario para crear la solución adecuada,….) es lo que se traduce en la estrategia real que la empresa está ejecutando y fuente de su posible ventaja competitiva.
En las organizaciones contamos con gente que aporta formación, experiencia, y unas habilidades personales específicas, es decir, talento. La empresa y los directivos/líderes de la misma, deben ser capaces de crear el entorno necesario para que ese talento surja y la persona (desde una mezcla de deber y voluntariedad) lo utilice al servicio de la organización. ¿No es acaso la función más importante de todo líder el de desarrollar y extraer el máximo potencial de sus colaboradores?
Para ello, capacidades como la escucha activa (para conocer y entender a los colaboradores), de motivar, de alinear los objetivos profesionales particulares con los de la organización, y de lograr la implicación y el compromiso pueden marcar una gran diferencia. Por no hablar de la capacidad de crear equipo, de poner en valor la complementariedad de los miembros y facilitar la generación de nuevos conocimientos.
¿Cuál sería el beneficio asociado a poner el talento real (y a la vista de los datos, oculto) de tu organización a trabajar? ¿Crees que podría marcar alguna diferencia?

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